https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/textos/como_no_hablar.htm
La figuralidad y los llamados lugares de la retórica, lo hemos entrevisto ya, constituyen justo la inquietud de los procedimientos apofáticos. En cuanto al sentido y a la referencia, he aquí otra señal o llamada; en realidad la llamada del otro, el llamamiento del otro como llamada. En el momento en que la cuestión «¿cómo no hablar?» (how to avoid speaking?) se plantea y se articula en todas sus modalidades, ya se trate de las formas lógico-retóricas del decir o del simple hecho de hablar, ya es, si cabe decirlo, demasiado tarde. Ya no es cuestión de no decir. Incluso si se habla para no decir nada, incluso si un discurso apofático se priva de sentido o de objeto, tiene lugar. Aquello que lo ha lanzado o lo ha hecno posible ha tenido lugar. La eventual ausencia del referente alude todavía, si no a la cosa de la que se habla (así Dios que no es nada porque tiene lugar, sin lugar, más allá del ser), sí al menos al otro (otro que el ser) que llama o a quien se destina esta palabra, incluso si ésta le habla por hablar o para no decir nada. Como este llamamiento del otro ha precedido ya siempre a la palabra, a la cual, en consecuencia, aquel no ha estado jamás presente una primera vez, ese llamamiento se anuncia por anticipado como una llamada. Tal referencia al otro habrá siempre tenido lugar. Antes de toda proposición e incluso antes de todo discurso en general, promesa, oración, alabanza, celebración. El discurso más negativo, más allá incluso de los nihilismos y de las dialécticas negativas, conserva su huella. Huella de un acontecimiento más viejo que él o de un «tener lugar» por venir, lo uno y lo otro: no hay ahí ni alternativa ni contradicción.
Traducido en la apofática cristiana de Dionisio (pero son posibles otras traducciones de esa misma necesidad), eso significa que el poder de hablar y de hablar bien de Dios procede ya de Dios, incluso si para hacerlo hay que evitar hablar de tal o cual modo, a fin de hablar recta o verdaderamente, incluso si hay que evitar hablar de forma simple. Ese poder es un don y un efecto de Dios. Su causa es una especie de referente absoluto, pero en primer lugar a la vez una orden y una promesa. La causa, el don del don, la orden y la promesa son lo mismo eso mismo a lo que o más bien a Quien responde la responsabilidad de quien habla y «habla bien». Al final de Los nombres divinos, la misma posibilidad de hablar de los nombres divinos y de hablar de ellos de modo adecuado le corresponde a Dios, «a Aquel que es la causa de todo bien, Él que concede, primero, el poder de hablar y, después, de hablar bien (kai to legein kai to eu legein)» (981c, p. 176). De acuerdo con la regla implícita de este enunciado, se dirá que es posible siempre llamar Dios, nombrar con el nombre de Dios, a ese supuesto origen de todo habla, a su causa exigida. La exigencia de su causa, la responsabilidad ante aquello de lo que es responsable, pide lo que es pedido. Es, para el habla o para el mejor silencio una petición, la exigencia o el deseo, como se quiera, de lo que se llama también el sentido, el referente, la verdad. Es esto lo que nombra siempre el nombre de Dios, antes o más allá de los otros nombres: la huella de ese singular acontecimiento que habrá hecho posible el habla, antes incluso de que ésta se vuelva, para responderle, hacia esa primera o última referencia. Por eso el discurso apofático tiene además que abrirse con una oración que reconozca, asigne o asegure su destino: el Otro como Referente de un legein que no es otro que su Causa.
Este acontecimiento siempre presupuesto, este singular haber tenido lugar, es también, para toda lectura, toda interpretación, toda poética, toda crítica literaria, eso que se llama corrientemente la obra: al menos el ya-ahí de una frase, la huella de una frase cuya singularidad tendría que quedar irreductible, e indispensable su referencia, en un idioma dado. Una huella ha tenido lugar. Incluso si la idiomaticidad tiene necesariamente que perderse o dejarse contaminar por la repetición que le confiere un código y una inteligibilidad, incluso si aquella no ocurre más que borrándose, si no sucede más que borrándose, el borrarse habrá tenido lugar, aunque sea de ceniza. Hay ahí ceniza.
Nenhum comentário:
Postar um comentário