El paso por la negatividad del discurso a propósito de la khora no es ni una última palabra ni la mediación al servicio de una dialéctica, una elevación hacia un sentido positivo o propio, un Bien o un Dios. No se trata aquí de teología negativa, no hay ahí referencia ni a un acontecimiento ni a un don ni a una orden, ni a una promesa, incluso si, como acabo de subrayar, la ausencia de promesa o de orden, el carácter desértico, radicalmente ahumano y ateológico de este «lugar» nos obliga a hablar, a referirnos a él de una cierta y única forma, como a aquello completamente otro que ni siquiera sería trascendente, absolutamente alejado, ni por otra parte inmanente o próximo. No que estemos obligados a hablar de ella, pero sí, movidos por un deber que no viene de ella, la pensamos y hablamos de ella entonces hay que respetar la singularidad de esta referencia. Aunque no sea nada, este referente parece irreductible e irreductiblemente otro: no se lo puede inventar. Pero como sigue siendo extraño al orden de la presencia y de la ausencia, todo ocurre como si no se pudiese otra cosa sino inventarlo en su alteridad misma, en el momento de dirigirse a él.
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El principio del bien está más allá del ser pero trasciende también el bien (680b). Dios es el bien que trasciende el bien y el ser que trasciende el ser. Esta «lógica» es la del «sin» que evocábamos hace un momento en las citas del Maestro Eckart que cita a san Agustín («Dios es sabio sin sabiduría, bueno sin bondad, potente sin potencia») o a san Bernardo («Amar a Dios es un modo sin modo»). En la negatividad sin negatividad de estos enunciados sobre una trascendencia que no es nada diferente y completamente diferente de lo que ella trasciende podríamos reconocer un principio de desmultiplicación de las voces y de los discursos, de desapropiación y de reapropiación de los enunciados, pareciendo los más lejanos los más próximos y recíprocamente. Un predicado puede siempre esconder otro predicado, o la desnudez de una ausencia de predicado, como el velo de un vestido -a veces indispensable- puede a la vez disimular y hacer visible a quello mismo que disimula -y hace atractivo por eso mismo-. Así, la voz de un enunciado puede esconder otra, a la que aquella parece entonces citar sin citarla, presentándose ella misma como otra forma, o una cita de la otra. De ahí la sutileza pero también los conflictos, las relaciones de fuerza, las aporías incluso de una política de la doctrina, quiero decir de la iniciación o de la enseñanza en general, y de una política institucional de la interpretación. El Maestro Eckart, por ejemplo (pero ¡qué ejemplo!), sabía algo de esto. Incluso sin hablar de los argumentos que tuvo que desplegar contra sus jueces inquisidores («Ellos tachan de error todo lo que no comprenden...»), la estrategia de sus sermones ponía en juego esta multiplicidad de voces y de velos que él superponía o sustraía como pelajes y mondaduras, tematizando y explorando él mismo una quasimetáfora hasta ese extremo despojo del que jamás se está seguro si deja ver la desnudez de Dios o si deja oír la propia voz del Maestro Eckart. Quasi stella matutina, que proporcionó tantos pretextos a los jueces de Colonia, pone en escena a veinticuatro maestros (Liber 24 philosophorum del pseudo-Hermes Trismegisto), reunidos para hablar de Dios. Eckart elige una de sus afirmaciones: «Dios está necesariamente por encima del ser...» (got etwaz ist, daz von nôt über wesene sin muoz). Al hablar así de aquello de lo que habla uno de estos maestros, comenta con una voz de la que nada permite decidir ya que no sea la suya. Y en el mismo movimiento cita a otros maestros, cristianos o paganos, grandes maestros o maestros subalternos (kleine meister). Uno de ellos parece decir: «Dios no es ser ni bondad (Got enist niht wesen noch güete). La bondad está ligada al ser y no es más amplia (breiter) que el ser, pues si no hubiese ser, no habría bondad y el ser es todavía más puro que la bondad. Dios no es ni bueno, ni mejor, ni el mejor. El que dijese que Dios es bueno hablaría tan mal como quien dijese que el sol es negro» (I, p. 102). (La Bula de condenación menciona sólo en apéndice este pasaje, sin concluir que Eckart lo haya enseñado verdaderamente.) La teoría de los arquetipos que constituye el contexto de este argumento atenúa su carácter provocador: Dios no comparte ninguno de los modos de seres con los demás seres (divididos por estos maestros en diez categorías), pero «no está sin embargo por eso privado de ninguno de ellos» (er entbirt ir ouch keiner).
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Pero he aquí lo que dice «un maestro pagano»: que el alma que ama a Dios «lo capta bajo el pelaje de la bondad» (nimet in under dem welle der güete), pero la razón o la racionalidad (Vernunftlichkeit) quita ese pelaje y capta a Dios en su desnudez (in blôz). Está entonces desvestido (entkleidet), despojado «de bondad, de ser y de todos los nombres». Eckart no contradice al maestro pagano, no lo aprueba tampoco. Advierte que, a diferencia de los «santos maestros», el pagano habla según la «luz natural». Después, con una voz que parece ser la suya, diferencia, no me atrevo a decir que dialectiza, la proposición anterior. En las líneas que me apresto a citar, un cierto valor de desvelamiento, de puesta al desnudo, de verdad como lo más allá del vestido, parece que orienta, al final del final y a fin de cuentas, toda la axiomática de esta apófasis. Sin duda no puede hablarse aquí, con todo rigor de valor y de axiomática puesto que lo que ordena y regula el proceso apofático excede justamente el bien o la bondad. Pero sí hay una regla o una ley: hay que ir más allá del velo o del vestido. ¿Es arbitrario seguir llamando verdad o superverdad a ese desvelamiento que no sería quizás ya desvelamiento del ser? ¿O a la luz, también, que no sería ya claro del ser? No lo creo. He aquí el texto:
He dicho en la Escuela que el intelecto (Vernunftlichkeit) es más noble que la voluntad, y sin embargo ambos pertenecen a esa luz. Un maestro de otra escuela dice que la voluntad es más noble que el intelecto, puesto que la voluntad capta las cosas tal como éstas son en sí mismas y el intelecto toma las cosas tal como éstas están en él. Es verdad. Un ojo es más noble que un ojo pintado en la pared. Pero yo digo que el intelecto es más noble que la voluntad. La voluntad capta a Dios bajo el vestido (under dem kleide) de la bondad. El intelecto capta a Dios en su desnudez, despojado de bondad y de ser (Vernunftlichkeit nimet got blôz, als er entkleidet ist von güete und von wesene). La bondad es un vestido (kleit) bajo el que Dios está oculto y la voluntad capta a Dios bajo el vestido de la bondad. Si no hubiese bondad en Dios, mi voluntad no. querría saber de él [I, p. 103].
Luz y verdad, esas son las palabras de Eckart. Quasi stella matutina es eso, y es también una topología (altura y proximidad) de nuestra relación con Dios. Como el adverbio quasi estamos al lado del verbo que es la verdad:
«Como (als) una estrella matutina en medio de la niebla.» Considero la pequeña palabra «QUASI», es decir, «QUASI COMO» (als); en la escuela los niños la llaman un adverbio (ein biwort). Es eso lo que yo busco en todos mis sermones. Lo que se puede decir que conviene mejor (eigenlîcheste) a propósito... de ''algo quasi como'', aunque mucho insuficiente de hecho.
En su necesidad pedagógica y su virtud iniciadora, el sermón suple no tanto el Verbo, que no tiene ninguna necesidad de aquel, sino la incapacidad de leer en el «libro» auténtico que somos, en tanto que criaturas, y la advervialidad que tendríamos que ser justo por eso. Ese suplemento de adverbialidad, el sermón, debe llevarse a cabo y orientarse
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