sexta-feira, 13 de setembro de 2019

Jacques Derrida - Economimesis (Fragmento




Economímesis - Derrida- traducción. J. F. Mejía M.
Jacques Derrida - Economimesis


La meditación de un placer desinteresado provoca, por lo tanto, un interés moral por lo bello. Extraña motivación, interesarse en el desinteresarse, interés de lo sininterés, ganancia/rédito (revenu) moral obtenida de una producción natural carente de interés para nosotros, de la cual se toma riqueza (bien) sin interés, singular plus-valía moral del sin del corte puro; todo aquello guarda una relación especial con el trazo (Spur) y el signo (Wink) de la naturaleza. Esta nos deja signos para que nos podamos sentir asegurados, en el sin del corte puro, de encontrar nuestra propia cuenta (d'y trouver encore notre compte / of banking on our own account), de satisfacer nuestro propio fin, de ver nuestras acciones y nuestros valores en la cúspide de la moral. Y para responder a aquellos que encuentren sutil esta argumentación, especiosa, laboriosa (studirt), Kant precisa la analogía entre el juicio de gusto y el juicio moral: “Se dirá que esta interpretación (Deutung) de los juicios estéticos que les supone una especie de parentesco con el sentimiento moral, parece muy reducida para que se la pueda considerar como la verdadera explicación (Auslegung) de la escritura cifrada (Chiffreschrift) que la naturaleza nos habla (uns spricht) figuradamente (figürlich) en sus bellas formas. Mas ...” [§ 42] Las bellas formas, que no significan nada y para nosotros carecen de toda finalidad determinada, son por tanto y por lo mismo, signos encriptados, una escritura figural desposeída en la producción natural. El sin del corte puro es en verdad un leguaje que la naturaleza nos habla, ella que ama ocultarse y poner su signatura en las cosas. Ensayemos improvisar un marco epidémico apara esta proposición común a Heráclito, en el campo de la signatura rerum, y a la configuración de la tercera Crítica, veremos que esta no encaja por sí misma y que eso hace sufrir el parergon. Así, el no-lenguaje in-significante de las formas que no tienen finalidad alguna ni algún sentido, este silencio es un lenguaje entre la naturaleza y el hombre. No son solamente las bellas formas, las bellezas puramente formales que parecen causar, son también los adornos y los encantos, que frecuentemente, erradamente, dice Kant, se confunden con las bellas formas. Se trata, por ejemplo de colores y de formas. Todo ocurre como si estos encantos tuviesen una “significación más alta” (einen höhern Sinn), como si estas modificaciones de sentido (Modificationen der Sinne) tuvieran un sentido más elevado y poseyeran “alguna clase de lenguaje” (gleichsam eine Sprache) . El blanco de los lirios parece “disponer” (stimmen) el espíritu a la idea de inocencia, los siete colores, del rojo al violeta, dan respectivamente la idea de sublime (el rojo, pues), coraje, la franqueza, la afabilidad, la modestia, la firmeza, la ternura. Estas significaciones no se plantean como verdades objetivas. El interés moral que tomamos en la belleza además supone que el trazo y el guiño de la naturaleza no
han sido controlados objetivamente por la ciencia conceptual. Interpretamos los colores como un lenguaje natural y es este interés hermenéutico el que importa: no se trata de saber si la naturaleza nos habla y quiere decirnos esto o aquello, sino de nuestro interés en lo que ella hace, en implicarlo necesariamente, y de la intervención de este interés moral en el desinterés estético. Pertenece a la estructura de este interés que creamos en la sinceridad, en la lealtad, en la autenticidad del lenguaje cifrado, incluso si resulta imposible controlarlo objetivamente. Y Kant lo dirá más adelante sobre la poesía: esta no es lo que es sin lealtad o sin sinceridad. Lo que habla por la boca del poeta, como por la boca de la naturaleza, aquello que por su voz, lo escrito por su mano ha de ser auténtico y verídico. Por ejemplo, cuando la voz de un poeta celebra y glorifica el canto del ruiseñor en el bosquecillo solitario durante una tarde silenciosa a la dulce luz de la luna, el boca a boca o pico a pico de los dos cantos debe ser auténtico. Si un farsante falsifica el canto del ruiseñor, “por medio de una caña o un junco en la boca”, todo el mundo encontrará insoportable la superchería tan pronto como advirtiesen el engaño. En el caso contrario, si tal cosa llegara a gustarte, tus sentimientos serán groseros o sin nobleza. Para caracterizar a aquellos que están privados del “sentimiento de lo bello natural”, Kant recurre una vez más a un ejemplo oral. -Tiene cierta ejemploralidad que sea tratado aquí- Juzgamos grosera y carente de nobleza a la “manera de pensar” de aquellos que no tienen el sentimiento de lo bello natural y que se contentan en la mesa o junto a la botella, disfrutando simplemente de sus sentidos”. En la primera ejemploralidad, en la oralidad ejemplar, se trata de cantar y de oír (ouïr), de voz sin consumación o de consumación ideal, de una sensibilidad elevada o interiorisada, en el segundo caso de una oralidad consumidora que en cuanto tal, como gusto interesado o como degustación, no puede tener nada que ver con el gusto puro. Lo que ya se anuncia, es una cierta alergia, en la boca, entre el gusto puro y la degustación. Tenemos pendiente la cuestión de saber donde inscribir eldisgusto. Este, al volverse contra la degustación, ¿No estará también en el origen del gusto puro, según una especie de catástrofe?

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