Economímesis - Derrida-
traducción. J. F. Mejía M.
Jacques Derrida -
Economimesis
La
meditación de un placer desinteresado provoca, por lo tanto, un interés moral
por lo bello. Extraña motivación, interesarse en el desinteresarse, interés de
lo sininterés, ganancia/rédito (revenu) moral obtenida de una producción
natural carente de interés para nosotros, de la cual se toma riqueza (bien) sin
interés, singular plus-valía moral del sin del corte puro; todo aquello guarda
una relación especial con el trazo (Spur) y el signo (Wink) de la naturaleza.
Esta nos deja signos para que nos podamos sentir asegurados, en el sin del
corte puro, de encontrar nuestra propia cuenta (d'y trouver encore notre compte
/ of banking on our own account), de satisfacer nuestro propio fin, de ver
nuestras acciones y nuestros valores en la cúspide de la moral. Y para
responder a aquellos que encuentren sutil esta argumentación, especiosa, laboriosa
(studirt), Kant precisa la analogía entre el juicio de gusto y el juicio moral:
“Se dirá que esta interpretación (Deutung) de los juicios estéticos que les
supone una especie de parentesco con el sentimiento moral, parece muy reducida
para que se la pueda considerar como la verdadera explicación (Auslegung) de la
escritura cifrada (Chiffreschrift) que la naturaleza nos habla (uns spricht)
figuradamente (figürlich) en sus bellas formas. Mas ...” [§ 42] Las bellas
formas, que no significan nada y para nosotros carecen de toda finalidad
determinada, son por tanto y por lo mismo, signos encriptados, una escritura
figural desposeída en la producción natural. El sin del corte puro es en verdad
un leguaje que la naturaleza nos habla, ella que ama ocultarse y poner su
signatura en las cosas. Ensayemos improvisar un marco epidémico apara esta
proposición común a Heráclito, en el campo de la signatura rerum, y a la
configuración de la tercera Crítica, veremos que esta no encaja por sí misma y
que eso hace sufrir el parergon. Así, el no-lenguaje in-significante de las
formas que no tienen finalidad alguna ni algún sentido, este silencio es un
lenguaje entre la naturaleza y el hombre. No son solamente las bellas formas,
las bellezas puramente formales que parecen causar, son también los adornos y
los encantos, que frecuentemente, erradamente, dice Kant, se confunden con las
bellas formas. Se trata, por ejemplo de colores y de formas. Todo ocurre como
si estos encantos tuviesen una “significación más alta” (einen höhern Sinn),
como si estas modificaciones de sentido (Modificationen der Sinne) tuvieran un
sentido más elevado y poseyeran “alguna clase de lenguaje” (gleichsam eine
Sprache) . El blanco de los lirios parece “disponer” (stimmen) el espíritu a la
idea de inocencia, los siete colores, del rojo al violeta, dan respectivamente
la idea de sublime (el rojo, pues), coraje, la franqueza, la afabilidad, la
modestia, la firmeza, la ternura. Estas significaciones no se plantean como
verdades objetivas. El interés moral que tomamos en la belleza además supone
que el trazo y el guiño de la naturaleza no
han
sido controlados objetivamente por la ciencia conceptual. Interpretamos los
colores como un lenguaje natural y es este interés hermenéutico el que importa:
no se trata de saber si la naturaleza nos habla y quiere decirnos esto o aquello,
sino de nuestro interés en lo que ella hace, en implicarlo necesariamente, y de
la intervención de este interés moral en el desinterés estético. Pertenece a la
estructura de este interés que creamos en la sinceridad, en la lealtad, en la
autenticidad del lenguaje cifrado, incluso si resulta imposible controlarlo
objetivamente. Y Kant lo dirá más adelante sobre la poesía: esta no es lo que
es sin lealtad o sin sinceridad. Lo que habla por la boca del poeta, como por
la boca de la naturaleza, aquello que por su voz, lo escrito por su mano ha de
ser auténtico y verídico. Por ejemplo, cuando la voz de un poeta celebra y
glorifica el canto del ruiseñor en el bosquecillo solitario durante una tarde
silenciosa a la dulce luz de la luna, el boca a boca o pico a pico de los dos
cantos debe ser auténtico. Si un farsante falsifica el canto del ruiseñor, “por
medio de una caña o un junco en la boca”, todo el mundo encontrará insoportable
la superchería tan pronto como advirtiesen el engaño. En el caso contrario, si
tal cosa llegara a gustarte, tus sentimientos serán groseros o sin nobleza.
Para caracterizar a aquellos que están privados del “sentimiento de lo bello
natural”, Kant recurre una vez más a un ejemplo oral. -Tiene cierta
ejemploralidad que sea tratado aquí- Juzgamos grosera y carente de nobleza a la
“manera de pensar” de aquellos que no tienen el sentimiento de lo bello natural
y que se contentan en la mesa o junto a la botella, disfrutando simplemente de
sus sentidos”. En la primera ejemploralidad, en la oralidad ejemplar, se trata
de cantar y de oír (ouïr), de voz sin consumación o de consumación ideal, de
una sensibilidad elevada o interiorisada, en el segundo caso de una oralidad
consumidora que en cuanto tal, como gusto interesado o como degustación, no
puede tener nada que ver con el gusto puro. Lo que ya se anuncia, es una cierta
alergia, en la boca, entre el gusto puro y la degustación. Tenemos pendiente la
cuestión de saber donde inscribir eldisgusto. Este, al volverse contra la
degustación, ¿No estará también en el origen del gusto puro, según una especie
de catástrofe?
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