domingo, 22 de setembro de 2019

Privatizar la filosofía dejando que se refugie en la literatura?




No obstante, si todo está out of jointsi todo está perturbado, ya no hay sincronía. Los textos devienen tan heterogéneos entre sí, tan poco contemporáneos con respecto a sí, que junto a gestos que repiten del modo más fiel, redundante, repetitivo e inmutado los filosofemas clásicos pueden encontrarse —en Heidegger, por ejemplo— motivos radicalmente deconstructivos con relación a la tradición canónica. Por ello, el límite siempre pasa por el interior del corpusSi la deconstrucción es posible, lo es porque recela de cualquier periodización y pasa o hace pasar gestos, líneas y divisiones al interior del corpus en general, incluso algunas veces al elemento microscópico de una frase. La deconstrucción desconfía de los nombres propios: no se dirá «Heidegger en general» dice esto o aquello; se tratarán, en la micrología del texto heideggeriano, momentos diferentes, diferentes aplicaciones, lógicas rivales, y al hacerlo se desconfiará de toda generalidad, de toda configuración sólida y dada. Es una suerte de gran sismo, de temblor general, y nada hay que pueda sosegarlo: no puedo tratar un corpusni un libro, como un conjunto coherente, y aun el mero enunciado está sometido a fisión. En definitiva, acaso la escritura sea eso.
Suscribo lo que usted dijo acerca de la tolerancia represiva. Hay una actitud consistente en decir: Aceptemos que los filósofos se emancipen del escrúpulo de verdad, cedan a la literatura, traten la filosofía como literatura; no los reprimiremos, no los denunciaremos, no los tomaremos en solfa como hacen muchos filósofos académicos; es más: los toleraremos... Este gesto, que aparenta ser liberal y de apertura, es en realidad represivo, pues aspira a privar de cualquier pretensión de tratar la verdad —no tanto de decir la verdad, sino de interesarse por ella— a quien, como nosotros recién, complica el problema de la filosofía y de las relaciones entre filosofía y literatura. En definitiva, quieren ponernos ante este dilema: «Les concedemos el derecho de tratar la filosofía como literatura, pero terminen ya con esas pretensiones de ocuparse de verdades».
Ahora bien: hace poco traté de sugerir que no se puede considerar que el problema de la verdad sea una cuestión caduca; no es un valor al que haya que renunciar. La deconstrucción de la filosofía no renuncia a la verdad, no más, en todo caso, de lo que renuncia a ella la literatura. Hay que pensar otra relación con la verdad; no resulta fácil, pero es necesario no dejarse intimidar ni por los filósofos tradicionales (para quienes cualquier cuestionamiento de la verdad equivale a una abdicación de la filosofía, y denuncian a los «no-filósofos» que tratan la filosofía como la literatura) ni por la tolerancia represiva, la cual consiste en aceptar que se haga literatura con tal de que ya no tenga relación alguna con la filosofía ni con la verdad, ni siquiera, en el límite, con el ámbito público. Alguien como Rorty acepta que uno se dedique a la literatura, e incluso se alegra, pero con el pretexto de que es un asunto privado, un lenguaje privado, y refugiarse en un lenguaje privado está muy bien. Procuré resaltar el hecho de que no se trata en absoluto de privatizar la filosofía dejando que se refugie en la literatura; se trata de un gesto completamente distinto, de un deslinde completamente distinto.

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